En aquel pueblo costero al sur de la isla se reúnen cada año un grupo de amigos a pasar el verano. Cada uno de una parte de la isla, de alguna parte de España, de alguna parte del mundo. Ya es como una tradición, verse esos dos largos meses al año donde da tiempo a cualquier cosa. Ir a la playa, a la piscina, salir cada noche, bailar, cantar, torneos de play, alguna pelea que se resolverá a tiempo, algún amor de  verano que acabará con el fin de este, o quizá no. Eso es lo que me ocurrió a mi. Tú, aquel chico conflictivo por no haberse juntado con las personas adecuadas, jugador de fútbol, alto, moreno, con esa mirada y esa sonrisa penetrante. Yo, aquella chica de colegio privado, típico prototipo de niña buena, alta y delgada, sonrisa permanente y ojos ingenuos. Aquellos dos chicos que habían sido amigos desde hacia varios veranos y nunca imaginaron lo que sucedería después de esa noche. Una noche que cambió nuestras vidas para siempre. Tras el rutinario paseo por la playa subimos a aquella plaza donde parecía que el mar estaba bajo nuestros pies.

Hablábamos de cosas sin sentido, de todo y de nada y sin saber como acabamos peleando por una goma del pelo. Entre risas, forcejeo y miradas agarre tu mano y te atraje hacia mi. Fue un beso lento e inesperado, nuestro primer beso.  Y aunque parezca imposible ya ha pasado un año y medio desde esa noche.